Un papá, lo que se llama papá,
es una combinación extraña de razón y sentimiento.
Es aquel que sabe orientar y exigir, pero al mismo tiempo sabe amar, es aquel que al minuto de haber regañado con severidad, sonríe y guiña el ojo con ternura.
Es el que sabe decir no cuando es lo justo y sabe decir si, cuando es lo conveniente.
Un papá zapatea duro cuando cumple su deber y anda de puntillas en la noche cobijando nalguitas y cuerpecitos fríos.
Un buen papá es el que después, de una dura jornada de trabajo al llegar a casa, abraza a sus hijos y se vuelve un niño jugando con ellos.
Un papá es aquel hombre que genera vida, que acompaña y da seguridad ofreciendo una mano firme.
Un papá es un higo que parece duro y espinoso por fuera pero es puro y dulce en su interior.
Un papá es un director de orquesta, es el constructor de un nido, es el maestro de la escuela de la vida.
Un papá es ante todo un hombre con corazón, que sabe señalar el horizonte con optimismo y confianza.
Un papá, un verdadero papá, tiene mucho de mamá, aunque tenga fortaleza de varón inquebrantable.
Un papá es un refugio seguro para el hijo que llora y sufre, es aquel que sabe escuchar y alentar a los hijos en las derrotas de la vida.
A los papás se les dedica un día en el año, pero ellos dan todos los días para los suyos.
Son generosos por naturaleza, por voluntad y por amor, además, un papá nunca muere, simplemente se esfuma para continuar mandando en su recuerdo con sus enseñanzas. Los papás, son arriesgados, decididos, comprometidos y tenaces.
La vida de los hijos transcurre felizmente a la sombra de un buen papá, como el amigo y confidente que refleja la ternura, la bondad y el amor de Dios.
Gracias papá.